A veces, en especial en las últimas semanas, no recuerdo los días con exactitud. No sé si fue martes o viernes cuando hice o dije tal o cual cosa, o cuando me dirijí hacia algún punto de la ciudad que, ahora tampoco recuerdo. No recuerdo el orden de las cosas, los sucesos, pero recuerdo dolor, desesperación, asfixia, lágrimas. Y por ahí una que otra sonrisa.
Eso es gracioso -no de una buena manera-, darse cuenta de que a pesar de todos los caos mentales, la mayoría de veces uno olvida lo que quiere recordar pero no lo que desea olvidar. Ese proceso sí que cuesta.
Para traer a la cabeza algún recuerdo especial de niño, alguna aventura de juego o anécdota, se requiere de algo especial. Puede ser un olor determinado que te transporte hasta una sala, casa o momento, al verano o navidad, a una tarde de juego en especial. Puede ser una voz o un objeto el que nos lleve hasta recordar nuestra ropa favorita a los 10 años, a la fiesta de cumpleaños o a algún episodio en donde tu mamá te quería sacar a bailar a la fuerza, y uno huía despavorido.
Tal vez a la muerte de un familiar empiezan a aflorar algunas lejanas y olvidadas alegrías. Tal vez hay que entrar en una especie de trance, en donde conversando con un buen amigo, empiezas a recordar antiguas fobias, costumbres, o al oso que alguna vez fue nuestro mejor amigo, o a la caja de música que adorabas, de la cual podrías jurar que aún recuerdas en tu cabeza la melodía que tocaba, a pesar de que te sea imposible reproducirla a los demás.
Pero, cuando aparece un recuerdo que nos provoca las más grandes tristezas o iras, no necesitamos nada especial. Sólo llegan, como si anduvieran haciendo cola para entrar en ti. Simplemente aparecen, ¡no hay más! Aparecen.
¿Por qué se recuerda tan fácilmente una ruptura amorosa y el dolor que eso produjo, y no se recuerdan los innumerables momentos felices que la pareja vivió durante el tiempo que estuvieron juntos? ¿Por qué aparece fácilmente el error cometido por un amigo contra ti y no recuerdas su sonrisa ni las veces que te apoyó? ¿Por qué es tan fácil recordar palabras hirientes y golpes que alguna vez me dio mi padre y no recuerdo las veces -pocas, pero hubo- que me dijo te quiero?
Quiero intentar escribir un libro imaginario, uno en donde yo no aparezca, pero me lleno de mí mismo. Como si no tuviera imaginación. Quizás todos los escritores toman su vida como la principal materia prima de su obra, tal vez todos sus libros son formas distintas de escribir y reescribir su propia vida, no lo sé. No me había puesto en ese caso hasta ahora. Pero en todo caso, aún no estoy preparado.
Hubo un tiempo en que fue para mí muy fácil desnudar mi cuerpo, pero nunca ha sido fácil ni he podido desnudar mi alma.