Hubo una vez en un pueblo muy lejano de China, un hombre anciano al que todos sus vecinos lo consideraban "el hombre más bueno del mundo". Dicho apelativo lo había ganado debido a la fama que tenía de no haber lastimado a hombre alguno en toda su vida. Nunca había discutido con nadie, nunca había engañado a nadie, nunca había hecho llorar a nadie, nunca había levantado la voz. Ni una sola pelea con los vecinos, ni una sola vez había regañado a un niño por jugar cerca de su propiedad, nunca riñó con su esposa, nunca insultó a nadie, ¡NADA!
En verdad era un hombre muy admirado, tomado siempre como ejemplo en las asambleas del pueblo. Era el hombre a seguir.
Sin embargo, hay que aclarar el porqué de tamaña fama de este anciano: nunca hacía nada, nunca hablaba con nadie, nunca interactuaba con su prójimo, no era casado... Todo lo que hacía desde el amanecer al anochecer, era sentarse a mirar un árbol que crecía en su jardín. Este árbol era un árbol de Katsura y había aparecido de forma espontánea en su jardín desde hacía unos años. El anciano, que antes del árbol sólo se sentaba a mirar la nada, consideró este suceso como una señal de Dios, en aprobación a su quietud.
Es así como el anciano se sentaba a mirar su árbol muy cuidadosamente. Miraba y repasaba cada detalle una y otra vez. Sentía que podía saber cuántas hojas y flores había en las ramas, a pesar de que el árbol medía cerca de 15 m de alto y tenía muchas ramificaciones de variados tamaños. Miraba el color marrón claro del tronco que cambiaba a tonos amarillos en otoño. Sabía cuando se había desprendido una hoja, sabía cuando el viento se llevaba alguna flor, sabía cuando eran polinizadas las flores, sabía que esa era su misión en el universo de Dios.
Cierto día corrió la voz en el pueblo de que llegaría un sabio de una aldea lejana. Este hombre estaba haciendo un recorrido por muchos poblados, enseñando a la gente que quiera oír, la forma correcta de afrontar la vida. El sabio postulaba que el amor era la única forma de hacer del mundo un mundo mejor. Con el amor se podría llegar a desarrollar la fuerza de Dios.
Fue así que el anciano, al oír de la pronta visita del sabio se alegró pues por fin alguien reconocería oficialmente su bien. El día que éste llegó, la gente de la aldea lo llevó a la casa del anciano. Ahí estaba él, sentado, mirando el árbol, simulando ni siquiera mirarlo, a pesar de que estaba ansioso de que lo alabe frente al pueblo.
Ahí está- dijo un joven al visitante-, mírelo, el hombre mas bueno del mundo.
Sí, él es -respondió una mujer ya entrada en años-, nunca le ha hecho mal a nadie, es un hombre privilegiado, no tiene karma.
El sabio lo miraba cuidadosamente mientras que el anciano hinchaba el pecho, orgulloso de su bien.
¿Cómo se llama?- preguntó el visitante.- No lo sabemos- respondió la mujer-, nunca ha hablado con ninguno de nosotros. Solamente mira el árbol de Katsura.
El sabio se paró frente al público y contó: "Cierta vez conocí a un hombre. Verdaderamente tenía amor en su corazón. El problema era que no sabía sacarlo fuera, no lo podía demostrar con facilidad, incluso llegó a pensar que no podía amar. Se esforzaba mucho, pero cada vez que se acercaba a una persona, terminaba lastimándola. Quizás era producto de su poca reflexión, quizás no era aún su tiempo de amar, pero él se seguía esforzando. Nunca tuvo malos sentimientos ni intenciones pero lastimó, hirió a la gente que él más quería y a los que más lo querían a él".
Eso me pasa a mí- bramó un jovén-, no sé amar y he lastimado.
Lo mismo me pasa a mí- dijo otro-, pero más me lastimo yo mismo cuando sé que alguien sufre por mi culpa.
Así varias personas empezaron a contar su situación, las mismas que eran muy parecidas a la del hombre de la historia y diametralmente diferente a la del anciano, el hombre más bueno del mundo...
"Bueno, dijo el visitante, ese hombre del que les hablo fui yo. Yo lastimé, yo me equivoqué, pero... Yo aprendí. La vida es una total acción, después de aprender viene el silencio y la aplicación de lo aprendido por experiencia. La vida es un continuo camino en el que la gente no sabe a ciencia cierta qué pasará, pero la confianza en nuestro bien y nuestro amor es lo que nos mantiene firmes en el camino. Y si caemos por la oscuridad que está al frente, sabemos por nuestra misma fe en Dios que nos podemos levantar una y otra vez, hasta alcanzar la maestría. Eso solamente es posible aprendiendo, equivocándonos y redimiéndonos. Pidiéndo perdón por nuestras fallas a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Amando, lo cual a veces no es tan fácil como pensamos, pero se aprende".
El sabio pudo reconocer una expresión de desconcierto en la cara del anciano y añadió: "Dios no te culpará por decidir sentarte y alejarte de todo pero, ¿qué has amado?, ¿qué aprendiste?, ¿de qué has pedido perdón? El hombre más bueno del mundo no es el que no hace nada para no lastimar, por el contrario, lo es el que tiene el valor para afrontar la vida, equivocarse, apoyarse en su fe y volverse a levantar para seguir aprendiendo. Es el que agradece y pide perdón. Es el que reflexiona de sus errores y se esfuerza transparentemente en no volver a fallar".
Si lastimaste a alguien y lo sientes en tu corazón y pides perdón desde el fondo de tu alma, todo deberá estar mejor. Si lastimaste sin querer pues aprende de ello. Huir para no volverlo a hacer o dejar de arriesgar no será la solución.
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